Durante el mes de octubre trabajamos la disciplina.
La disciplina escolar es la obligación de seguir un
reglamento, un código de conducta.
Es…
Cumplir con nuestras obligaciones.
¿Cómo se adquiere?
Con orden para organizar el tiempo y las actividades…cumpliendo
con las obligaciones, haciendo un poco más de lo esperado.
Cuando eres disciplinado en tus acciones
cotidianas, con tu familia, en la escuela y en la comunidad,
no hace falta que te vigilen y controlen, porque tú
mismo estás pendiente de cumplir lo que
te corresponde.
Las normas son
de muchos tipos, las hay dentro de la familia, cuando se establecen medidas de
aseo o de alimentación, cuando se pone una hora para volver a casa por las
noches, cuando se establecen normas sobre los deberes; en la sociedad cuando esperas en una fila y
por supuesto en el instituto.
Lo importante: Los objetivos se pueden conseguir
Oscar Wilde
El gigante egoísta
Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.
Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan
deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.
-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.
Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo,
el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos
los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación
era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando
en el jardín.
-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los
niños salieron corriendo.
-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que
lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.
Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este
cartel: Prohibida la entrada. Los transgresores serán procesados judicialmente.
Era un gigante muy egoísta.
Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.
Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera
estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.
Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones,
alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.
Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de
capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el
invierno.
Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no
había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor
levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció
tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a
dormir.
Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.
-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban.
-Podremos vivir aquí durante todo el año
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el
Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte
a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.
Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el
jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.
-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar
al Granizo a visitarnos.
Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el
tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las
pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo
más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en
llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín
blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!
Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio
dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio
ninguno.
-Es demasiado egoísta- se dijo.
Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el
Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.
Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó
una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería los
músicos del rey que pasaban por allí. En realidad solo era un jilguerillo que
cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en
su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo
dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un
delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.
-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el
gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?
Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el
muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban
sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista,
había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo
a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus
brazos sobre las cabezas de los pequeños.
Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las
flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora.
Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del
jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía
alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando
amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento
del Norte soplaba y rugía en torno a él.
-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan
bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se
enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la
primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa
del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños
para siempre.
Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.
Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con
toda suavidad y salió al jardín.
Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que
huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.
Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan
llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó
por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol.
El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño
extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.
Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo,
volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.
-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo
el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía
pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños
en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.
Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron
a despedirse del gigante.
-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que
subí al árbol?- preguntó.
El gigante era a este al que más quería, porque lo había
besado.
-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.
-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.
Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca
antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños
iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el
gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los
niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.
-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.
Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada
vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran
sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las
flores más bellas.
Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba
vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera
adormecida y el reposo de las flores.
De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró.
Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín
había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas
eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el
pequeño al que tanto quiso.
El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió
al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando
estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:
- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus
manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los
piececitos.
-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo
para que pueda coger mi espada y matarle.
-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.
-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo
invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.
Y el niño sonrió al gigante y le dijo:
-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo
a mi jardín, que es el Paraíso.
Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al
gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.
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